El 30 de octubre de 1585, cinco de los hijos del capitán Bartolomé Jaime, cofundador de Córdoba, se vieron favorecidos de una merced de tierras que “estaban vacas” y que los indios de la Punilla no las sembraban. De uno de los párrafos del documento se extrae lo siguiente: “Que las dichas tierras se llaman Hequexaques, y de otro pedazo de tierra que se llama Lavaputos y de otra quebrada que se llama Machapo, y de otra quebrada que se llama Pinabac, para que todos partiendo las dichas tierras por partes iguales, con que las quebradas no pasen de una legua, lo hayan y gocen de ellos y sus herederos y sucesores...”

La entrada de los españoles al Valle de la Punilla fue contemporánea a la fundación de Córdoba, siendo sus ocupantes personas de gran notoriedad, participantes de la conquista de Chile y Tucumán, por cuyos méritos y prerrogativas solicitaban u obtenían mercedes territoriales que al pasar a sus dominios los hacían cultivar por los indígenas, enajenándolas después o legándolas a su posteridad; “la hayan y gocen ellos y sus herederos y sucesores”, rezan los documentos.

Personajes de la talla de Bartolomé Jaime, Francisco Pérez de Aragón, Gabriel García de Frías, Antonio Pereyra, Juan de Mitre, Tristán de Tejeda y otros, serán los encomenderos: dueños y señores de grandes extensiones de tierra en el Valle de Punilla.

La Cumbre es parte de la merced que Bartolomé Jaimes recibió el 30 de octubre de 1585 y en particular de la estancia que se conocía como San Francisco del Valle de Punilla y la formaban las actuales La Cumbre, Cruz Chica, Cruz Grande, Aguadita de San Jerónimo, San Ignacio, San Roque y Los Cocos.

El municipio fue creado en 1916 y su primer intendente fue José B. Sanguinetti. La Cumbre celebra su principal fiesta patronal el 16 de julio venerando a la imagen de Nuestra Señora del Carmen y una segunda fiesta religiosa el 17 de agosto rindiendo culto a San Roque.

Emilio A. Caraffa. Pinceladas del tiempo

El 22 de mayo de 1939, en La Cumbre, finalizaba la vida del pintor Emilio Caraffa. Aunque nacido en Catamarca, el artista pasó sus últimos años en el marco del sereno paisaje que le ofrecía esta localidad cordobesa. En este trabajo se ofrece una visión de esa etapa final, a través de testimonios de personas que lo conocieron de cerca.

Era un otoño con insinuaciones de invierno aquel del año 39. Con gente preocupada por una inminente conflagración mundial; con hechos que habían conmocionado al país, como el suicidio del Dr. Lisandro de la Torre, o el terremoto que destruyó a Chillán y Concepción, entre otras ciudades chilenas, a principios de año.

En tanto, en las Sierras de Córdoba, en La Cumbre, una población que se perfilaba con neto corte turístico, acontecía otra historia...

En esos días aquel pintor pensó muchas veces en la gama de colores que ofrecía el paisaje serrano, pero prefirió quedarse en su atelier; su salud estaba ya resentida. Aquel pintor, excelente paisajista y retratista, se llamaba Emilio Angelini Caraffa.

Por eso, cuando el 22 de mayo, en un día gris, con un viento que formaba carruseles de hojas, limpió su pincel, acomodó la paleta, tal vez se dio cuenta de que su vida se escurría, como el agua de los arroyos que tantas veces había cruzado y que otras tantas había llevado al lienzo.

Quizá ese remolino de hojas por las calles desiertas hubiera sido otro de sus anhelos en la visión paisajística, pero no hubo tal cosa; en ese instante Emilio Caraffa pertenecía a la eternidad que todo se lo lleva. Y en ese rincón de nuestras sierras culminaba la historia de un hombre que supo de la amistad sincera de muchos vecinos y pudo desarrollar en plenitud su labor creadora.